martes, 9 de julio de 2013

262

No sé que día era, tampoco sé que hora, mucho menos el lugar, solamente llegué, entré a unos consultorios que seguramente se basaban en los retazos de las memorias de algunos otros a los que había ido conscientemente, una sala de espera fría, paredes blancas, sillones viejos y nada diferente a las salas de espera que ves en las películas. Por alguna razón yo me sentía más pequeño, era tan pequeño que mis padres me acompañaban al dentista, era un niño, un niño con dolor de dientes, un dolor que por lo que recuerdo no se iba con nada, era tan agudo que no me dejaba ni hablar, era el dolor más fuerte que había sentido, buscamos a alguien que me ayudara a desaparecer este dolor y fue ahí cuando abriste la puerta, eras tú, diferente, pero sabía que eras tú, una mujer de piernas largas perfectamente torneadas, pareciera que te habían hecho a mano cuidando cada detalle de tu cuerpo, de eso estoy seguro, era tu cuerpo, aún que la luz sólo dejaba ver tu silueta recortada en el marco del umbral, iluminaba tu piel como queriendo acariciarte antes de estrellarse en mi mirada, usabas un vestido negro con detalles orientales y bastillas rojas, era entallado, resaltaba aún más tu figura, pequeñas aberturas a los costados dejaban un poco más expuestas tus caderas y tus brazos delgados y marcados se veían completos por la ausencia de mangas.
Podía ver cada detalle en ti sin que el tiempo interrumpiera, hasta que caminaste en mi dirección y la luz de la sala de espera me dejó ver ese rostro de nariz única, que no se le vería tan bien a nadie más, unos labios delgados y afilados que apenas se recortan sobre tu mentón y esos ojos cafés que me atravesaban.
Eras tú, pero tu piel era diferente, la habías adornado con tatuajes desde los pies, hasta el cuello, además de tatuajes tu cuerpo estaba lleno de cicatrices, las había grandes y pequeñas, las que parecían rasguños causados por algún encuentro sexual o las que parecían haber sido autoinfligidas en algún momento de desesperación, algunas más grandes parecían causadas por accidentes automovilísticos. 
Cualquiera que te hubiera visto pensaría que el dolor era parte natural en tu vida y no sólo lo vivías, si no que lo exponías, lo portabas con orgullo en todo tu cuerpo, creo que eso me atrajo demasiado y por un momento olvidé el dolor de muelas, sin importarme que yo era sólo un niño y tu eras mi dentista.
Me miraste y me dijiste:
-¿Eres tú?
Asentí con la cabeza mientras me tocaba con una mano la mejilla por el dolor.
-Entra.
Me ordenaste con una voz dulce que contrastaba con la imagen que exponías, aún no me atendías y el sólo escucharte hacía que me sintiera mejor.
Entramos al consultorio, del lado derecho había más cubículos con otros dentistas atendiendo, se podía escuchar el sonido de la fresa perforando caries y mangueras succionando sangre mezclada con saliva, los dentistas detrás de su tapabocas paraban su labor y me miraban caminar a tu lado para después seguir trabajando en dientes ajenos.
Llegamos a tu cubículo, me dijiste que me sentara, te pusiste unos guantes blancos de látex y moviste una palanca dejándome casi en posición horizontal, pusiste la luz sobre mi cabeza y te acercaste tanto que podía ver las fibras de tu pupila contraerse como un esfínter al mirarme, no estabas usando tapaboca pero no me importó, todo lo contrario, me gustaba tenerte cerca, ver los detalles de las cicatrices en tu cuello brillando bajo la luz, reflejándose en la piel que alguna vez llegó a sentir tanto dolor, mientras tu respiración se estrellaba en mi boca.
Miraste un rato mis muelas, después miraste mis ojos y me descubriste mirándote a detalle.
-¿Te gusta?
Me preguntaste sin separarte y respiré tu aliento que sentí como perfume, me embriagaste. sólo pude arquear mis cejas y volví a asentir con la cabeza, te quedaste mirandome en silencio y después empezaste a acomodar a un lado tu indumentaria, yo de reojo no podía dejar de ver tus piernas, que aún que llenas de cicatrices y tatuajes eran perfectas en mis ojos, sólo pensaba en poder acariciarlas y de nuevo volviste a descubrirme con la mirada sobre tu piel, me miraste fijamente, volteaste a mirar al rededor y me dijiste:
-Espero que no te importe.
Subiste una pierna sobre mi, dejando ver tu entrepierna y como tu ropa interior se ajustaba a los labios de tu vagina, mis ojos casi explotan por la sangre del cuerpo que se me subió a la cabeza, pasaste la pierna por completo, con un movimiento ya estabas sobre mi pelvis que soportaba tu peso y mis manos se posaron como por inercia en tus rodillas de una forma tan natural que no te importó.
-Es hora de trabajar, abre la boca.
Te acercaste con una jeringa de metal, pusiste tus dedos delgados cubiertos por látex blanco en mi encía y abriste mis labios para darle paso a la aguja que vomitaba la anestesia.
-Esto va doler un poco.
Dijiste tranquila y la clavaste tan fuerte que mis ojos empezaron a lagrimear involuntariamente, empujaste la anestesia en mi organismo, mis manos apretaban tus piernas tan fuerte que podía sentir tus cicatrices como parte de mis manos. Sacaste la jeringa y te quedaste mirándome, yo te miraba sonriendo tratando de disimular el dolor.
-Esto te quitará el dolor de muelas, ahora sólo basta esperar a que haga efecto.
Te quitaste levantaste y volví a sentir el caudal de sangre en mi cuerpo al ver de nuevo tu entrepierna, te deshiciste de los guantes y empezaste a mover tus herramientas a mi lado, yo me tocaba las encías y la boca para saber cuando iba a empezaba a hacer efecto la anestesia, pero al apretarlas, me dolía igual o peor que cuando llegué.
-Parece que no está haciendo efecto.
Te dije con la boca abierta por lo cual apenas pudiste entender mis palabras, tomaste un espejo pequeño y redondo que tenías al lado y lo metiste en mi boca, miraste un poco, después con un movimiento firme lo pegaste en mi paladar y de la nada con un movimiento brusco tiraste con todas tus fuerzas hacía afuera, el filo del espejo desgarró mi paladar de atrás hacía adelante, la sangre empezó a brotar de tal manera que me tuve que incorporar para no ahogarme con ella, mi lengua tocó el paladar para saber que tanto daño había en mi boca y me di cuenta que la herida era enorme, el sabor a metal me llenó, mientras tenía que seguir dando tragos enormes de mi propia sangre para no ahogarme.
-¿Sentiste eso?
-¡Si!
Te grité con la boca llena de manchas rojas y coraje.
-Tranquilo, ya empezó a hacer efecto la anestesia, no es cualquier anestesia.
Me dijiste mientras tocabas mi rostro con tus manos suaves.
-Recuéstate.
Mi coraje y mi miedo desaparecieron, sólo escuchaba como tu voz dulce calmaba todo mi cuerpo mientras me ayudabas a recostarme de nuevo.
-Es un regalo, esta nueva anestesia sirve para relajar el cuerpo, pero incrementa la sensibilidad en los nervios, es para no perderse ningún instante el dolor, al contrario, vas a disfrutarlo como yo.
Cualquiera pensaría que al escuchar esto de alguien que esta a punto de infringirte dolor te asustarías, pero al parecer la medicina ya había empezado su efecto, porque yo te miraba tranquilo, incluso se dibujaba una sonrisa en mis labios llenos de pequeñas costras de sangre seca, en ese momento me di cuenta que mis brazos pesaban toneladas, no podía moverme, mi cuerpo estaba en un estado como el que algunos llaman ASMR, pero de una manera más intensa, la relajación era tal que lo único que podía hacer era mirar, mis sentidos estaban tan agudos que tu respiración al chocar en mi piel causaba una sensación intensa, pareciera como si una mano de aire apretara mis células.
Tomaste un pequeño bisturí y me dijiste:
-Que bueno que ya estás relajado, vamos a empezar.
Al terminar de decir esto empezaste a hacer pequeñas incisiones por todo mi cuerpo, unas más largas que otras, unas mas profundas que otras, éstas, las más profundas llegaban a salpicarte el rostro con mi sangre, cuando sentías una gota escurrir por tus labios sacabas la lengua y la probabas mirándome a los ojos, el dolor era intenso, no podía explicar que tan intenso porque no había un rango de comparación con el dolor de muelas.
Después de dejarme sangrado y lleno de laceraciones por todo el cuerpo, seguía sin poder quitarte la mirada de encima, con una sonrisa estúpida en la boca y sintiendo el dolor más intenso de mi vida.
-Terminamos.
Te acercaste, me diste un beso en los labios y me dijiste:
-Me tengo que ir, mi vuelo esta por salir, espero haberte ayudado.
Tomaste un boleto de avión que estaba en tu escritorio, te quedaste mirándome un rato, como el artista que mira su obra de arte terminada, yo te miraba lleno de dolor pero aún así no entiendo porque mi sonrisa seguía ahí, junto a unas ganas inmensas de darte las gracias y desearte buen viaje, pero no podía hablar, diste media vuelta, te vi desaparecer por la puerta y despedirte de mis padres, yo me quedé ahí, inmóvil pero agradecido, porque como dijiste, el dolor de muelas se había ido… desperté.